La confirmación
Apagó la radio y percibió como
una paz armónica colmaba la estancia. No era algo en concreto que hubiera
escuchado esa mañana; era todo y nada, y ya había sucedido otros días, los más
últimamente. No tenía nada contra la radio, al contrario, necesitaba del
palabreó que surgía del interior del panal del transistor para activarse, del
mismo modo que precisaba del café sólo, fuerte y sin azúcar, para iniciar el
día. Aquella mañana las noticias evocaron tiempos ya vividos y, al igual que
los corazones rotos se regodean en canciones tristes, acudió al pasado en busca
del bienestar contradictorio que favorece la nostalgia.
Es condición de las cajas al
quedar vacías perder el sentido. No sucede así con las cajas de hojalata; menos
aún si contuvieron cacao del bueno, del que crea grumos al relacionarse con la
leche. Las cajas de hoja de lata saben adaptarse al tiempo; no sólo a los
tiempos que corren -que también-, sin al paso de las eras y las épocas. En el
mismo instante en que la última cucharada dejaba diáfano el interior plateado
de la caja de cacao, el recipiente de hoja de lata se transformaba en cofre del
tesoro y acogía en secreto los recuerdos de toda una vida.
La actualidad de las noticias le
trasladó al pasado. Necesita reafirmar lealtades. El viaje en el tiempo fue
corto, sucede así cuando la memoria mantiene la forma física intacta. La caja
descansaba sobre el último estante del armario ropero del dormitorio. Muchas
noches contemplaba desde la cama, antes de dejarse vencer por el sueño, las figuras
que decoraban los laterales de hoja de lata y que amenazaban con desvanecerse a
otra dimensión. Es el paso del tiempo, pensaba, allí, donde sea, nos veremos
todos. La caja llamaba su atención también por las mañanas, cuando despertaba
minutos antes de que amaneciera, ya sin sueño. En ningún caso precisaba abrirla
para recordar su contenido. Aquella mañana no reprimió el deseo de regresar al
interior de la caja, aun a sabiendas de lo que suponía. No sería la primera vez
que una acción intrascendente en apariencia ha modificado el eje de
gravitación de la Tierra.
Alzó los brazos y la visión de
las venas poderosas que surcaban sus manos fibrosas provocó que se detuviera a
un centímetro de asir la caja. ¿No estaba todo allí? ¿No quedada todo lo vivido
impregnado en la piel? ¿No podía leer cada día vivido en la orografía y en las
curvas de nivel de sus manos? Ignoró las preguntas formuladas a sí misma. Era
una actitud entrenada en el tiempo que habitualmente le concedía resultados
satisfactorios.
El cierre a presión de la caja de
hoja de lata cedió al tercer envite. Por un instante dudó si levantar la tapa,
de igual manera que de pequeña titubeaba frente al televisor en blanco y negro
cuando proyectaban aquellas películas de miedo que tanto le atraían y que sólo
podía ver protegida tras uno de los gigantescos cojines del sofá. Los recuerdos
que encerraba aquel pequeño cofre del tesoro no le provocaban temor, era más
bien algo parecido a la tristeza o la nostalgia; o lo que fuera que le hacía
emocionarse y derramar alguna que otra lágrima. ¡Que tonta! Ya le pasó hace
años, cuando encerró en su interior un pasado documentado en fotografías,
facturas, recibos, postales y servilletas tatuadas con enigmáticos mensajes
que, pasado el tiempo, tan sólo ella era capaz de descifrar. Quizá las manos le
temblaran, pero la cabeza mantenía la vivacidad de siempre para llegar sin
flaquezas de un punto a otro de su historia. ¿Su historia? ¿Su vida era
suficientemente interesante para referirse a ella como historia? ¿No lo era la
de todo el mundo? Repiqueteó con los dedos de ambas manos sobre la cubierta. Se
concedía unos falsos minutos de falsa incertidumbre sobre la decisión a tomar.
Era consciente de que no hubiera bajado la caja del altillo sino estuviera determinada
a abrirla. La cabeza tampoco le había fallado al recordar cómo era el
recipiente, tanto cuando llegó a casa de sus padres con su cometido original
como al transformarse en archivador de memorias. La caja había devenido en un
amarillo apagado; amarillo pero ajado. Mantenía, en cambio, la alegría
dicharachera de los monigotes dibujados en sus laterales.
Sabía lo que buscaba, aunque al
adentrarse en aquel sinfín de remembranzas la aspiración con la que había
acudido al cofre de hoja de lata se diluyó. No tenía prisa. Navegar entre
recuerdos produce una vibración interior que juega entre la placidez y el
borboteo de las pulsaciones en una constante aceleración del corazón. Entonces,
entre las postales auto enviadas durante el viaje a París, surgió la conexión
con la noticia que acababa de escuchar en la radio. Apuró con el dedo índice de
la mano derecha la esquina que sobresalía de aquel papel casi traslúcido.
Conforme ganaba aire más allá de las postales, cartas y fotografías, dejaba
leer en letras impresas, en lo que pudo ser un rojo chillón, ‘La Continental’.
Recordó la complicidad del momento. “Nunca estarás sola”, prometía el texto
escrito a bolígrafo en diagonal sobre la servilleta. El horror se había
desatado y en la radio hablaban con insistencia de la soledad. Necesitaba
confirmar lo contrario antes de continuar con el día, con los días./Javier Muro