Estoy leyendo un libro titulado ‘Una
súper triste historia de amor verdadero’; de momento está bien. Sólo llevo 140
páginas de 408, pero por el momento estoy disfrutando de sus páginas.
Describe –el libro- la historia de un comercial de un
producto de prolongación de la vida para personas con elevados recursos
económicos y se sitúa en un futuro cercano. Tras compartir el tiempo de lectura
entre la novela de Gary Shteyngart –así se llama el autor- y las noticias he
tenido el pálpito de que los argumentos se han entremezclado. En cuento retiro
el marca páginas y afronto las primeras líneas una segunda voz entona los
titulares del telediario y, por supuesto, cuando me siento a escuchar las
noticias la imagen en la tele se desdobla y cobran vida Leonard y Eunice, los
protas de la novela.
El libro dibuja un panorama de la sociedad mundial un tanto
preocupante. Un mundo que se desmorona, en el que las personas están marcadas
por su poder adquisitivo –pantallas situadas en las calles informan a todos los
viandantes del saldo de cada ciudadano al transitar frente a ellas-, las calles
están tomadas por una especie de ejército que tiene derecho a registrarte y
que, al mismo tiempo, te exige de antemano que renuncies a denunciar que lo han
hecho. Una sociedad en la que los dos principales partidos se han unido en uno
único y en el que Estados Unidos se encuentra al borde del colapso y de Europa
poco se sabe… ¡Ah! Y China domina el planeta y todas las monedas tienen como
referencia el yuan.
… luego… desempleo, recortes, subida de impuestos, las
bolsas se hunden, la prima de riesgo y la deuda se disparan, los bancos se
atreven a decir que los mercados esperan más de los Gobiernos, el índice de
pobreza se multiplica…
Era el libro... o las
noticias… ¡¡uff!!
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